Aunque conocido comúnmente como el barrio de Malasaña, Malasaña es en realidad una zona que pertenece al barrio Universidad del distrito Centro de Madrid. Se le llamó también Barrio de las Maravillas y, aunque sin duda es maravilloso, si seguís leyendo sabréis el por qué.
En la segunda mitad del siglo XIX a esta zona se la llamaba «barrio de Maravillas», pero en los años 80 del siglo XX se empezó a conocer como Malasaña, nombre que hace alusión tanto a la movida madrileña, por ser este barrio la cuna y centro de este periodo, como al levantamiento popular del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Es una zona muy dinámica, que congrega a la gente más moderna y bohemia de la ciudad.

Comienza nuestro recorrido en la calle del Pez, casi en San Bernardo, donde se encuentra la estatua en bronce de Julia, en recuerdo de una estudiante que allá por el siglo XIX se disfrazó de chico para acceder a la Universidad Central de Madrid, que se situaba en la calle San Bernardo justo enfrente, acceso que estaba prohibido a las mujeres.
Siguiendo por la calle del Pez, a la derecha vemos la calle de la Cruz Verde, cuyo nombre hace referencia al emblema de la Inquisición española, en el que aparece una cruz de troncos, ya que en esta calle se celebraban las ejecuciones de la Inquisición, cuya hoguera estaba indicada por una gran cruz verde allí emplazada.

Más adelante, cruzamos la calle de las Pozas, llamada así porque por allí pasaba el alcantarillado de la cuidad.
En la Calle de las Minas, casi esquina con Pez, se encuentra el bar Picnic, lugar ecléctico, en cuyo sótano siguen contando con un club de comedia semanal.

En la fachada de la esquina de la calle del Pez y la del Marqués de Santa Ana, está labrado un pez en recuerdo de Blanca Coronel y “su pez”. En la calle del Pez, antes llamada calle de la Fuente del Cura, vivía el cura Henríquez, que en su casa tenía un estanque de peces. El estanque quedó en el terreno comprado por Juan Coronel, padre de Blanca, y fue mermando por las obras, hasta que sólo quedó en él un pez, que murió en las manos de Blanca. Su padre, sintiéndose culpable de la situación, ordenó labrar el pez en el chaflán.
La calle del Marqués de Santa Ana lleva el nombre del periodista y político del siglo XIX del mismo nombre. En ella estuvo el diario “La Correspondencia de España”, fundado por él. En esta misma calle encontramos el Bar El Especial, con estupendos cócteles.

En el número 4, una placa conmemorativa del lugar de nacimiento en 1888 de Clara Campoamor. De origen humilde, Clara cursó estudios en el cercano colegio Cardenal Cisneros y posteriormente estudió Derecho y Leyes en la también próxima Universidad Central. Luchadora por los derechos de la mujer, artífice del voto femenino en 1931, se exilió en 1938 primero a Méjico, luego a Argentina y posteriormente, en los años 50, a Lausana, donde ejerció de abogada. Murió en 1972.
Antes de continuar con el Madrid monumental, rendimos un homenaje al Bar Palentino, en la esquina con la plaza de Carlos Cambronero, y parada obligada en Malasaña por su pepito de ternera. Y escenario también de alguna película.

Desde esta misma plaza, y del lado de la Calle de San Roque, nos presentamos frente al Convento de San Plácido, de la orden benedictina, una joya de Madrid, tanto en lo artístico como en lo que a leyendas se refiere. En su altar mayor, está el cuadro de la Anunciación de Claudio Coello, y también tiene obras de Francisco Rizi en la cúpula, las pechinas con órdenes militares y el crucero.

El convento, que fue fundado por Teresa Valle de la Cerda en 1623, su primera abadesa, es una mina en leyendas. Conocido vulgarmente por ser convento de reclusión de mujeres jóvenes y guapas de Madrid, tuvo un suceso relacionado con una supuesta posesión diabólica de 25 monjas (la gran mayoría de las que había en el año de 1628), entre las que estaba la propia abadesa. Se cree que el prior del convento, y confesor de las monjas, aplacó los ataques de posesión de las religiosas, de una manera “un tanto particular”; tras el juicio, las monjas fueron dispersadas por otros lugares y el prior fue condenado a abjurar de Satán y a reclusión permanente. Otra leyenda apunta a que el reloj del convento que toca a difuntos, fue regalado por el rey Felipe IV como penitencia por haber perseguido a una bella monja llamada Margarita. Ésta, de acuerdo con la abadesa, se fingió muerta cuando estaba prevista la llegada del rey con ninguna buena intención a través de un túnel que comunicaba la casa del patrón del convento con los aposentos de la religiosa.
Aunque la fachada del convento que se corresponde con la calle de San Roque es más bien austera, podemos encontrar en ella, encima del dintel de la puerta, un relieve de la Anunciación de Manuel Pereira. Dentro de un nicho, en esta misma fachada, podemos ver una imagen de San Benito, también del mismo autor.

Esta misma calle de San Roque nos permite encontrar las escaleras de incendios traseras del teatro Lara, a imagen de las que se ponían en la misma época (finales del siglo XIX) en lugares como Nueva York, como medida de seguridad.
Paramos en la Plaza de Santa María de Soledad Torres Acosta (o plaza de la Luna) frente a la iglesia de San Martín de Tours, al comienzo de la calle Desengaño. Inicialmente, esta iglesia estaba en la plaza de las Descalzas, pero (¿cómo no?) durante el reinado de Pepe Plazuelas (o Pepe Botella o, formalmente, José I), se derriba la iglesia, y en 1836, durante la desamortización de Mendizábal, el nombre y la tradición de la parroquia se trasladan a su actual edificio; en ese lugar estaba el Convento de Portacoeli de la Congregación de los Clérigos Regulares Menores. En el altar mayor puede verse un retablo presidido por un relieve del santo, obra de Ricardo Bellver.
Con el azulejo de la calle Desengaño presente, escuchamos la leyenda del origen de esta calle: dos caballeros que se estaban batiendo en duelo, cesaron de luchar al pasar frente a ellos una bella dama… y vaya con el desengaño que se llevaron, al ver que la dama se trataba en realidad… de la muerte.
En el número 9 de la calle Loreto y Valverde nos espera la sorpresa del “Microteatro por Dinero”, iniciativa que reaprovecha las habitaciones de un antiguo burdel para albergar micro-obras de teatro de unos 15 minutos de duración, donde los autores noveles cuentan una historia en pequeñas salas.

¿Y qué sería una visita al barrio de Maravillas sin pararnos a escuchar la historia del Teatro Lara?. El nombre se debe a Cándido Lara, un carnicero de Antón Martín, que hizo mucho dinero suministrando carne al bando liberal en la 2ª Guerra Carlista y otros negocios como la construcción. Un amigo le convenció que pasaría a la posteridad si construía un teatro. El teatro Lara, de cuatro pisos, se construyó con todas las medidas de seguridad (recordar escaleras en la trasera), incluyendo depósitos de agua abajo y arriba, y claraboya en su parte alta. Cuando Cándido Lara murió en 1925, la heredera fue su hija Milagros, que dejó escrito en su testamento que el teatro se derribara. Pero autoridades de la 2ª República torcieron esta voluntad, y se paró el derribo. En 1985 se cerró por el deterioro que sufría, y en 1994 Carmen Troitiño, su nueva propietaria, lo reabrió.

No podemos visitar la iglesia de San Antonio de los Alemanes, en la esquina de la Corredera baja de San Pablo con la calle Puebla, ya que llegamos a la salida de una boda. Pero los asociados que nos quedamos a comer, hacemos una visita por la tarde. El interior de la bien llamada “capilla sixtina madrileña” es bellísimo, separadamente daría para otra reseña.

Desde la iglesia, enfilamos una de las calles más señaladas en el barrio, la de la Puebla, y que da para varias paradas. Calle que inaugura el barrio que llevaba su nombre, también se llamó Puebla Vieja o la Puebla de Juan de la Victoria (de Bracamonte) por quien pareció establecer aquí su casa desde el s. XVI.
Comunmente, recibe el nombre de la calle de las lámparas, porque se puede encontrar cualquier lámpara o repuesto que se busque. Aquí vivió 10 años Ramón Gómez de la Serna, y aquí comenzó a escribir sus famosísimas greguerías.
En el número 9 está la Farmacia “La Central de Específicos”, que tiene en el sótano un museo que data de 1872, y donde se guardan utensilios de la época para preparación de fórmulas magistrales.

También el historiador y escritor Modesto Lafuente se hizo una casa en la calle, en el número 4, ya cercana a la Calle Valverde, y dejó sus iniciales, ML, en el enrejado de la puerta.
Al final de la calle, y esquina con Valverde, encontramos el convento (e iglesia) de las Madres Mercedarias de Don Juan de Alarcón, cuya arquitectura nos recuerda mucho al del convento la Encarnación, aunque con composición simplificada en la que el ladrillo ha sustituido a la piedra. Fue fundado en 1609 por el sacerdote Juan Pacheco de Alarcón, confesor de la beata María Ana de Jesús, copatrona de Madrid, cuyos restos alberga este templo, restos que todos los 17 de abril se muestran al público. En 2014, la Comunidad de Madrid lo declaró Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento. En el interior de la iglesia se conserva una apreciable colección de pintura barroca madrileña, destacando un gran cuadro del pintor Juan de Toledo en el retablo mayor.


Enfrente, en la misma calle Valverde, la Real academia de ciencias exactas, físicas y naturales, institución pública dedicada al estudio e investigación de las Matemáticas, la Física, la Química, la Biología y la Geología, y de sus aplicaciones, así como a su promoción para el beneficio de la sociedad.
Continuamos hasta la animada calle Colón, donde encontramos las “Bodegas La Ardosa”, que fueron una red de establecimientos abiertos en el Madrid de finales del siglo XIX, y de los que aún se conserva ésta. Su fachada, con azulejos policromados, es una curiosa muestra del casticismo madrileño, y su interior atesora sus exquisitas tortillas de patata.
Otra “delicatessen” de esta calle son los deliciosos crêpes de la “Crêperie La rue”.

En la plaza de San Ildefonso confluyen, entre otras calles, la corredera alta y la corredera baja de San Pablo. Se llaman “correderas” y “de San Pablo” porque antiguamente eran el camino hacia la antigua ermita de San Pablo, situada donde hoy está el Tribunal de Cuentas, en el que tiraban cuerdas (correderas) de un lado a otro de estas calles, para poner tenderetes de telas y calzados.
La iglesia de San Ildefonso preside la plaza. El edificio original de 1619, destruido y reconstruido varias veces, ha sido testigo de acontecimientos tales como la boda de la poetisa gallega Rosalía de Castro o su misión como almacén de provisiones durante la guerra civil. Hoy es la sede de la hermandad penitencial católica de “La borriquita”.
La calle de don Felipe toma su nombre de un vecino de esta calle, Don Felipe de Acuña, que fue un magistrado que la memoria popular recuerda como un individuo bondadoso, modesto, caritativo e incluso clemente, aunque también tuviese como cualidad ser bastante severo en su profesión. Es célebre la ocurrencia que tuvo al hacer testamento: cuando el notario, sin duda instigado por los propios interesados, inquirió a Don Felipe si, entre tanta limosna dada a los necesitados, dejaría algo para sus criados, a lo que contestó el magistrado que les dejaría “el perdón por todo lo que me han robado”.
Callejeando, pasamos por la plaza de Juan Pujol, periodista director de los diarios “Madrid” e “Informaciones”, antiguamente llamada Plaza del Espíritu Santo y próximamente, a saber, tal vez “Plaza del Rastrillo”.


Y en la calle de San Andrés esquina con San Vicente Ferrer, estuvo la farmacia Juanse, fundada en 1892 y con su fachada llena de azulejos originales de los años veinte, en los que se anuncian remedios milagrosos propios de su laboratorio con un gracioso sentido irónico, que son hoy patrimonio protegido.
Finalmente, terminamos nuestro recorrido en la famosísima Plaza del dos de mayo, corazón indiscutible de Malasaña, en la que se rememoran los acontecimientos del levantamiento popular de los madrileños el día 2 de mayo de 1808 contra las tropas invasoras de Napoleón, que fue el inicio de los seis años de Guerra de la Independencia de España frente a las tropas francesas. En el centro de la plaza se conserva el arco monumental que daba entrada al viejo palacio de Monteleón, convertido después en cuartel de artillería. El monumento central rinde tributo a Daoiz y Velarde, capitanes de este cuartel, y héroes de este episodio histórico.

El 2 de mayo de 1808 una multitud comenzó a concentrarse ante el Palacio Real de Madrid, con la intención de detener el traslado del único miembro de la familia real que quedaba ya en Madrid, a Francia con el resto de la Familia Real. El comandante francés Murat envió un destacamento al palacio, que abrió fuego contra la multitud. La muchedumbre se dirigió al Parque de Artillería de Monteleón, a fin de recabar armas con las que poder enfrentarse a los franceses. Aunque los militares españoles habían recibido la orden de la capitanía general de no intervenir, abrieron las puertas y entregaron armas al pueblo para luchar contra el enemigo. Los capitanes Daoiz y Velarde, se encerraron en el cuartel junto a unos 100 soldados, y 200 civiles, que resistieron toda la mañana el ataque de 4.000 soldados franceses de élite en una resistencia suicida. Daoiz y Velarde acabarían muriendo esa mañana, igual que muchos madrileños. La ciudad fue rendida, pero la resistencia madrileña tuvo cierto nivel de efectividad y levantó la moral del movimiento independentista en toda España.
Las víctimas fueron sobre todo hombres, pero también murieron varias intrépidas mujeres como Clara del Rey, Benita Pastrana o Manuela Malasaña. Esta última murió en estas calles a manos de las tropas francesas cuando, viniendo de bordar, fue detenida y le encontraron unas tijeras, que consideraron pudieran servir como arma.
Muchas calles alrededor de la Plaza del Dos de Mayo, llevan nombres relacionados con esta jornada: Monteleón, Ruiz, Manuela Malasaña, etc.
En una de las esquinas de la plaza, se encuentra la iglesia de las Maravillas, que daba el nombre original al barrio, barrio de las Maravillas. Doña Juana de Barahona fundó el Monasterio de San Antón en 1612 en la calle Hortaleza para religiosas carmelitas recoletas. Se dice que las monjas encontraron una figura del Niño Jesús entre un matojo de flores “maravillas” (= dondiego de noche), y lo pusieron junto a un ramo de estas flores entre los brazos de la Virgen. En 1892 se trasladó la antigua parroquia de los Santos Justo y Pastor al edificio del antiguo convento de las maravillas, pasándose a llamar desde entonces Parroquia de los Santos Justo y Pastor, hasta el año 1969 en que volvió a llamarse “Parroquia de Nuestra Señora de las Maravillas y los santos Justo y Pastor”.
Y, sin más que decir (que ya es bantante, no quiero aburriros), hasta la siguiente ruta guiada por Madrid!!!